Mario López Espinosa
El gran compromiso de aquella Navidad
El festejo no tenía precedente, todos reían, se abrazaban, y tomados de la mano cantaban: “Aleluya, hermanos: el Señor se ha manifestado una vez más en el seno de nuestro pueblo” “Padre yo te quiero amar y tocar tu corazón y rendirme a tus pies. Oh Mi señor. Quiero estar cerca de ti y adorarte con todo mi ser y rendirte toda gloria, Aleluya, aleluya” “Todos los mortales alaben al Rey. Digno es el Cordero de todo loor. Allá en la gloria, frente al trono, habrá una multitud. De toda nación cantando al Rey Jesús. Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya”. Justo esa Navidad, los líderes de la cristiandad, firmaban, con celestial resonancia, el compromiso más trascendente de los últimos siglos en honor a Jesucristo, mediante el cual los católicos, protestantes, ortodoxos y otros tantos, más de dos mil millones de personas en todos los países del orbe, se comprometerían a invitar a su casa a comer y a convivir a una familia en pobreza extrema, una vez cada tres meses, es decir cuatro ocasiones al año. Por supuesto no sólo el Papa, los patriarcas, los cardenales, obispos, arzobispos, sacerdotes, padres, legados, diáconos, pastores y monjas, sino todos, absolutamente todos los cristianos, y en particular los católicos del mundo. Esto permitiría que los setecientos dos millones de miserables de la Tierra pudieran comer muy bien al menos una vez a la semana, con lo que los cristianos, en el nombre de Jesucristo, abatirían el hambre en el planeta, a partir de esa Navidad inolvidable que festejaban con tanto regocijo.