Mario López Espinosa
Los caprichos del viento
Al final se cansó de intentar cambiarlo. Fueron muchos años de esfuerzo intenso. Decidió simplemente disfrutarlo, intuirlo, acompañarlo, como si no le importara nada, como si fuera tan sólo su cómplice, su compañera de juegos, como en algún entonces. Y no le pareció tan mal todo eso. La verdad es que le estaba gustando y comenzaba a estar contenta de nuevo. Ya no era de su propiedad sin duda pero lo sentía más cercano, más sonriente, más alegre, más interesante. Seguía sin traerle flores, es cierto, tampoco ella volvió a pedirlas, pero también lo es que unos días antes le había regalado dos pequeñas conchas marinas y la había amenazado con escribirle un poema. No le creyó, pero no le importaba tanto que finalmente no lo hiciera, le bastaba con que lo pensara. Ahora lo amaba menos sin duda alguna, aunque no estaba del todo claro qué tanto. Aquel plan de separarse y trasladarse ella a la ciudad se posponía sin darse cuenta nadie, simplemente se difería por razones y argumentos no muy sólidos que no convencían ni siquiera a su gato cuando se los explicaba para justificar el retraso del aquel proyecto anunciado. Recientemente se reunían y conversaban sólo cuando el deseo de hacerlo coincidía con similar interés para ambos. No más disgustos ni expresiones de enfado. Las pláticas de sobremesa comenzaban a suscitarse con mayor frecuencia que antaño. Los temas de ella despertaban cada vez más un interés genuino y poco usual de parte de él. Soñaba despierta, mientras aquella expresión suya entre hosca y huraña se iba convirtiendo sutilmente en una leve sonrisa tierna y melancólica, que en dos ocasiones la habían hecho incluso volar conducida por los caprichos del viento.