top of page

Un invitado interesante

 

De acuerdo, lo espero entonces a las 18:45, – dijo y colgó el auricular. Era el Embajador de México en Italia, quien me había invitado a cenar en la Residencia, es decir en su casa, para la noche siguiente, que era sábado.

– Tendremos un invitado interesante, – destacó.

– Excelente – me limité a responder, y, conteniendo mi curiosidad y apegándome a las buenas prácticas diplomáticas, no pregunté de quién se trataba.

Yo radicaba en Milán, donde desempeñaba el cargo de Cónsul Comercial de México en Italia, y simultáneamente el de Consejero Comercial de la Embajada, así que la amable invitación bien pudo tener el tinte de cordial instrucción.

Al día siguiente me trasladé a Roma e hice antes una visita a la Embajada, que se localizaba en el inmueble contiguo a la Residencia, para tratar algún asunto de orden administrativo.

– Con quién cenamos esta noche, Patricia, – pregunté a la eficiente Secretaria Particular del Embajador. – Usted lo sabe siempre todo, – agregué, para forzar la confidencia.

– ¡Vaya, vaya!, exclamó, – yo pensaba que usted me iba a aclarar el enigma. No tengo la menor idea, dijo, le pregunté al Embajador, pero simplemente se sonrió y no me dio ninguna respuesta. Tal parece que tendrán una cena secreta, pues tampoco el Ministro Consejero lo sabe, además de que él no fue requerido en esta ocasión.

– Bueno, – comenté sonriendo, – tal vez quiere quejarse conmigo de todos ustedes, que lo hacen trabajar demasiado.

A las 18:45, en punto, como se me había indicado, me presenté en la Residencia, quizás el inmueble más elegante y majestuoso de los que poseía en ese entonces el Gobierno de México en el exterior. Me asomé con discreción al comedor y pude apreciar que estaba todo preparado para una cena tan sólo de tres. Mi curiosidad iba en aumento.

Descendió por la escalera el Embajador justo cuando se acercó un mesero, defeño por cierto, no era fácil encontrar defeños en el exterior, (los del D.F. no emigraban en aquellos tiempos), preguntándonos qué deseábamos beber.

– Champagne, desde luego, – respondió el Dr. Treviño Zapata. – ¿No es así Mario?

– Por supuesto, Embajador, – respondí, él sabía ya que desde aquel entonces se había convertido en mi bebida predilecta.

Apenas iniciábamos la conversación sobre la situación política de Italia, cuando se nos anunció el arribo del misterioso invitado.

– Acompáñeme a recibirlo Mario, – me dijo el Embajador. Me incorporé y avance con discreta pero manifiesta ansiedad.

La sorpresa fue monumental. Se trataba de Enrico Berlinguer, nada menos que el Secretario General del Partido Comunista Italiano, discípulo predilecto de Togialtti, autor de la propuesta "Alternativa Democrática" que se discutía en esos días en todos los foros y en todos los diarios, probablemente el líder comunista más prestigiado y controvertido de Europa y por lo tanto del mundo. Debo agregar que también se trataba del personaje que ganaba todas las encuestas de mujeres que lo calificaban como el hombre más atractivo e interesante de Italia.

La velada fue extraordinaria, inolvidable, especial, un verdadero banquete intelectual para mí. Durante la cena, el Embajador hizo gala de su especial sensibilidad, de su elevado nivel cultural y de su gran experiencia política. Berlinguer abordó todos los temas imaginables, con una sencillez sólo comparable con su brillantez. Pero lo que me interesa relatar de aquella vivencia, digna para mí de recordarse siempre, es lo siguiente:

Debo primero aclarar que comenzaba a convertirme en un estudioso del fenómeno de la pequeña unidad productiva en Italia. Mi alocución comenzó de la siguiente manera, según recuerdo:

Don Enrico, – dije, – he estado reuniéndome en la Universidad de Módena con un grupo de expertos en el tema de pequeñas empresas, para analizar el sustento y perspectivas de los diversos esquemas de colaboración empresarial, de asociacionismo, de iniciativa emprendedora conjunta, entre micro y pequeñas empresas, que se aplican en Italia.

 

Hemos reconocido que en todo el país se han registrado extraordinarios éxitos de acción conjunta, pero también se han presentado formidables fracasos, y coincidimos en que es falso el supuesto de que los éxitos se han presentado en Italia del Norte, en lo económico más avanzada, y los fracasos en el sur, con menos grado de desarrollo relativo. Tanto unos como otros, en efecto, se han registrado en ambas regiones. Hemos buscado denominadores comunes que expliquen estos resultados y no ha sido fácil, pero hace poco encontramos uno interesante y tal vez paradójico.

Me refiero al que señala que todos los casos de éxito en agrupamientos empresariales se han registrado en localidades y regiones tradicionalmente dominadas por el Partido Comunista, en tanto que todos los fracasos se han presentado en localidades y regiones por lo general dominadas por la “Democrazia Cristiana”, lo cual parece una gran contradicción. Si el resultado hubiese sido el inverso, creo que todos habríamos calificado esta explicación como inobjetable.

Coincidimos en que han sido los demócrata–cristianos los que se han jactado de ser los grandes promotores de la empresa y de la colaboración empresarial. Algunos de los expertos, como Sebastiano Brusco y Giacomo Becattini, argumentan que en las regiones de éxito muchos, muchos pequeños empresarios ahora, fueron en su juventud activistas de la izquierda e incluso militantes del partido comunista, donde aprendieron con seguridad la importancia y el valor práctico del esfuerzo colectivo, que ahora aplican a sus actividades empresariales. Usted qué piensa de esta tesis Don Enrico, – pregunté.

Me había escuchado con gran atención y paciencia. Creo que no parpadeó ni una sola vez. Sin duda era un gran escuchador. Se sonrió ante mi pregunta, ahora creo que con actitud amable sí, pero con cierta dosis de condescendencia también.

Mira Mario, – me dijo. Yo le hablé de usted en todo momento y él insistió desde un principio en hablarme de tú, no sé si por mi juventud o por mi manifiesta falta de experiencia comparado con ellos. – El Partido Comunista Italiano ha sido siempre un gran defensor y un activo promotor de la empresa, , nuestra expresión escéptica que fue imposible no mostrara una señal común de incredulidad.

Debo aclarar, – agregó, – que el Comunismo Italiano tiene menos que ver con Carlos Marx, que lo que tiene que ver con Emiliano Zapata.

El Embajador y yo volteamos a mirarnos discretamente sorprendidos y con las cejas en alto. Creo que hasta estuvimos a punto de reírnos o más bien de aplaudir por lo que en ese momento consideramos un desplante de diplomacia audaz, elegante y sin duda original. No debe olvidarse que Enrico Berlinguer cenaba en territorio mexicano, aceptando una invitación del Representante Oficial del Presidente de México.

 

Con especial tino y prudencia, el Embajador Treviño Zapata levantó su copa de vino y propuso brindar por el Partido Comunista Italiano y por Emiliano Zapata, que por mala fortuna no era pariente suyo.

Pero tanto nuestra impresión de alarde de actuación como de escepticismo se fueron desvaneciendo conforme Enrico Berlinguer, Secretario General del Partido Comunista Italiano, nos fue dando una auténtica cátedra sobre la vida y obra de Emiliano Zapata. Una lección "como nunca antes", después lo comentamos, habíamos recibido en México.

Nos compartió cómo fue que profundizó en el “avanzado” agrarismo de Zapata,

 

 Gracias al fiel General Gildardo Magaña que había cuidado y utilizado tan celosa como honestamente los archivos de aquel coloso, que quería morir siendo esclavo de los principios, pero jamás de los hombres". – Señaló que en el Plan de Ayala él pensaba que Otilio Montaño había aportado mucho más que la redacción. Comentó cada una de las acciones que lo habían impactado más de Zapata, y se mostró en verdad indignado al narrar "la trampa de Carranza" a través de su "cobarde marioneta: el General Jesús Guajardo ". Esas fueron sus palabras.

Por supuesto que Emiliano sospechaba que se iba a topar con la muerte, pero no quiso evitar el encuentro con su destino.

Hizo un paréntesis para festejar el espléndido pollo en pipián con que se había lucido esa noche Doña Pascuala, la emperatriz de la cocina de la residencia, poblana de nacimiento.

– Boccato di Cardenale, dijo Berlinguer, no cabe duda que todos los países milenarios tienen una cocina extraordinaria y sofisticada, le ruego a su excelencia transmitir mi reconocimiento y felicitación a su cocinero.

– Con mucho gusto transmitiré su mensaje a nuestra cocinera, – aclaró el Embajador. – Doña Pascuala se pondrá muy contenta. Ella tiene 15 años viviendo en Italia y es una gran admiradora suya, no sé si por ser comunista o por ser mujer, debo reconocerlo.

Berlinguer se rió de muy buena gana y continuó, – Pues Zapata, caro Mario, – me dijo regresando a mi pregunta sobre las iniciativas colectivas de las micro y pequeñas empresas italianas, – Zapata no estaba en contra de los hacendados, él mismo quería ser un hacendado y luchó por ello. Estaba en contra sí, de aquellos propietarios de haciendas que vivían en las grandes ciudades de México y viajaban con frecuencia a otros países, pero no se ocupaban de trabajarlas. Zapata incluso aceptaba que si el administrador de la hacienda era quien aportaba el mayor esfuerzo, el que asumía la mayor responsabilidad y el que ponía en mayor riesgo el patrimonio, e incluso el prestigio, justo era que percibiera un porcentaje razonablemente mayor de la riqueza generada por todos. – Degustó con clase el vino Barbaresco que el Embajador había seleccionado con especial cuidado y continuó:

Así que de igual manera y con la misma convicción, el comunismo italiano está a favor del empresario que trabaja la empresa, y desde luego promueve su proliferación y su desarrollo, y en particular, su esfuerzo colectivo. Es la única manera, señor Embajador, en que las micro y pequeñas empresas en el mundo pueden enfrentar a las corporaciones de los grandes inversionistas. El mayor problema que tienen las empresas pequeñas no es que sean pequeñas, sino que actúen solas,   destacó.

 

– Lo que acontece y propicia intencionadas confusiones, caro Mario, es que los dueños del dinero han convencido a la gran mayoría de la gente, y muy en particular a la población de los países en desarrollo, de que los inversionistas y los empresarios son la misma cosa. Incluso muchos inversionistas se hacen llamar empresarios. Y eso es falso. Esta confusión intencionalmente generada les ha beneficiado siempre. Ellos tan sólo tienen dinero y por ese simple hecho se quedan por lo general con la mayor parte de la riqueza que generan los trabajadores y los auténticos empresarios. No cabe duda que los inversionistas ponen en riesgo su dinero en las iniciativas productivas, pero también lo es que es sólo dinero, en tanto que los empresarios ponen en riesgo su esfuerzo, su talento creativo, en ocasiones también su patrimonio, pero siempre su prestigio y el reconocimiento de quienes confiaron en él. Lo que argumentamos nosotros, en el Partido Comunista Italiano, es que la empresa, al igual que la tierra de Zapata, debe ser de quien la trabaja.

– La conversación se desvió hacia otros temas, que resultaron todos ellos en verdad interesantes. Recuerdo que ante la pregunta inteligente del Embajador Treviño Zapata de “cómo hacer para que los militantes de izquierda una vez que ascienden al poder, no se comporten como aquellos políticos de derecha que criticaron tanto”, nos comentó algo más o menos como lo siguiente:

Es indispensable promover entre los militantes la lectura permanente y la reflexión crítica a través del debate que no descalifica al que piensa diferente. Servir a los demás debe convertirse en una pasión y en un objetivo en sí mismo. El compromiso efectivo debe sustentarse en la vinculación permanente con los principios. Es probable que ustedes sepan que los militantes de izquierda que colaboran en las llamadas "Células Comunistas" trabajan con gran esfuerzo con la población más desfavorecida dándole un impulso y asesorándola para que se organice, elija democráticamente a sus representantes y participe en la conquista de los puestos de elección popular.

Como en muchas partes, – me atreví a interrumpirlo, mientras solicitaba un Amaro, un Averna para ser más preciso, a mi paisano mesero.

– Sí, en efecto, como en muchas partes, – señaló Berlinguer – lo que es quizás diferente es que los militantes promotores de estas células se han impuesto la prohibición de participar ellos en este proceso. Por ningún motivo pueden aspirar a un puesto de elección popular. Apoyan a la población para que designe e impulse de la mejor manera a sus representantes, pero ellos, en ningún caso, pueden convertirse en sus representantes. Y no es que teman que alguien pueda darse cuenta, sino que pueden darse cuenta ellos mismos. Cuando algunos de estos jóvenes militantes abandonan las Células para integrarse a las estructuras participativas del Partido, ya traen muy dentro de sí el compromiso con los principios de la izquierda. Actuar como los políticos de derecha constituiría para ellos una traición y una vergüenza.

Al escribir este relato me pregunto cuántos de nuestros políticos de izquierda en México, estarían dispuestos a realizar tal tarea y asumir semejante compromiso.

Tocamos muy diversos temas, todos apasionantes. Ante la insistencia de Berlinguer por entender el extraño sistema político mexicano, el Embajador dictó también su cátedra, con gran sencillez y con particular elocuencia debo aclarar. Lo hizo en un italiano que yo, en ese entonces, consideré perfecto. Otra vez aprendí como antes nunca. Recuerdo aún sus palabras:

 

– La lucha política en México es un poco diferente a lo que acontece en otros muchos países. No se trata, aunque parezca, de una dictadura, ni siquiera de partido. La lucha política sí se da cada seis años, pero en realidad no se da entre partidos, sino entre corrientes de pensamiento, entre interpretaciones diversas de la interacción del legado revolucionario y el concepto de modernidad e incluso entre intereses particulares diversos. Fue más que necesario, fue indispensable crear un caparazón dentro del cual se diera esta lucha política, sin intervenciones externas. Para comprender el fenómeno político mexicano hay que no olvidar que tenemos una frontera de más de tres mil kilómetros con el país más intervencionista de la tierra, desde la época de los romanos. Esta es, por cierto, un poco más de la distancia que existe entre Madrid y Estocolmo.

 –Tengo muy presente la reacción de sorpresa de Berlinguer ante ese dato.

Por ahí versó la exposición del Embajador. Sé que fue mucho más brillante de lo que yo recuerdo y de lo que entendí en aquel entonces. ¡Chapeau Ambasciatore!, donde quiera que se encuentre. Usted fue para mí también un gran maestro que me enseñó la importancia de ir tomando sentido de las proporciones.

La plática giró en otro momento sobre la economía de mercado, de la cual descubrimos que Berlinguer no era precisamente enemigo. El Embajador estuvo de nuevo brillante en su explicación del modelo de economía mixta mexicana. Yo, quizás animado por el Barbaresco piamontese y el Amaro siciliano, me atreví a parafrasear a Churchill respecto de la democracia, mencionando que la economía de mercado parecía ser el peor de todos los sistemas económicos, con excepción de todos los demás. Berlinguer se rió y aceptó otro Kalúa.

– El problema, Mario, – dijo Berlinguer, – es que los defensores del capitalismo salvaje, argumentan que economía de mercado significa intrínsecamente la desaparición o la anulación del Estado en el ámbito económico.

Grave error, – subrayé, envalentonado por los Amaros y animado por la sonrisa amable del Embajador que yo preferí interpretar como el beneplácito para continuar.

Y entonces lancé aquella aseveración que tan sólo Berlinguer, y mi hijo muchos años después, creo que han comprendido en su justa intención y en su preciso alcance.

Grave error, – repetí, – el Estado debe por supuesto de intervenir en la economía, pero no porque la economía de mercado no funciona, sino para que la economía de mercado sí funcione.

Todavía no sé interpretar el significado, pero debo confesar que me sentí muy halagado cuando Enrico Berlinguer no respondió nada, se limitó a mirarme fijamente, levantó su copa de Kalúa y la chocó, sonriendo, con la mía.

Don Giuseppe, el chofer del Embajador insistió en llevarme al hotel, no fue fácil convencerlo de que esa noche inolvidable era muy conveniente que yo regresara caminando.

bottom of page