Mario López Espinosa
¿Y el Puente?
En una ocasión acompañaba a Pedro Ramírez Vázquez, uno de mis verdaderos maestros, aunque creo que él nunca se percató de ello, en un viaje de París a Moscú. Mi primera visita a la capital de la entonces Unión Soviética. Hicimos escala en Praga y después de dos horas de espera inesperada nos comunicaron que el avión había sufrido un desperfecto y que estimaban que tendríamos que esperar en el aeropuerto alrededor de siete horas para reanudar nuestro trayecto. Decidimos acudir al Bar del aeropuerto en busca de refugio y consuelo. Conversábamos mientras nos deleitábamos con una excelente cerveza checa, cuando de repente vimos a lo lejos acercarse un hombre claramente prisionero de manos férreas que oprimían sus brazos delgados, venía escoltado por dos guardias evidentes y en compañía de un hombre ya mayor, aunque de gran vigor, que de improviso volteó en nuestra dirección y gritó:
–¡Don Pedro!,
Fue tal el volumen, que los escoltas metieron con vertiginosa rapidez su manos derechas en el bolsillo interior izquierdo de sus sacos. Aquel hombre se dirigió decidido hacia nosotros. Ramírez Vázquez se puso de pié, reconociéndolo con una sonrisa de sorpresa. Se dieron un abrazo afectuoso y prolongado. Tenían 20 años de no verse, aunque se escribían con frecuencia. Se apreciaban y admiraban profesionalmente con reciprocidad y absoluta sinceridad, como pude cerciorarme más adelante.
Yo no sé bien por qué hago todo este preámbulo, pero es que así comenzó todo este relato y si no lo incluyo me parece incompleto.
–Arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. ¡Qué gran gusto me ha dado encontrarle! –dijo aquel hombre de expresión muy amable. –¿Va a estar un poco de tiempo por aquí?
–Pues sólo siete horas, –respondió con cierta ironía Don Pedro.
–¡Magnífico! Me encantará conversar con usted. Sabe, acompaño a un cineasta gran amigo mío que está siendo expulsado de Checoslovaquia. Lo quiero despedir a la puerta del avión, pero regresaré a la mayor brevedad con usted. ¡Qué gran gusto! –volvió a exclamar cuando se alejaba con premura. Yo era muy joven en aquel entonces y quizás por eso estaba un poco desconcertado.
Treinta y seis minutos después regresó aquel personaje, para mí inolvidable. Conversaron sobre recuerdos de encuentros anteriores, de amigos comunes y de experiencias profesionales, y finalmente aquel hombre fascinante, también arquitecto, comenzó a darle atención a mi curiosidad que incontenible estaba a punto de desbordarse.
Su entrañable amigo, el cineasta objeto del destierro, había sido expulsado por haberse atrevido a realizar una película que atentaba contra los principios fundamentales en que, en aquel entonces, sustentaba el régimen comunista de Checoslovaquia su cuestionable grandeza. Y comenzó a relatarnos, sin prisas, el guión de aquella censurada obra cinematográfica. Ahora, muchos años después trato de recordar cómo fue su narración. Y esta fue más o menos así:
La película se iniciaba con el sepelio de uno de los destacados líderes del Partido Comunista checoslovaco. Justo cuando otro de los no pocos también grandes líderes dirigía un discurso póstumo destacando las extraordinarias aportaciones que aquel militante ilustre, que entonces despedían, había hecho a la gran lucha del sufrido proletariado por su gloriosa emancipación y por la formación de esa nueva gran patria “pletórica de justicia y de felicidad”. Al concluir su alocución este alto directivo del Partido Comunista comprometió que, para perpetuar la memoria de tan insigne patriota, habría de colocarse una estatua de su figura en la modesta plaza de su pueblo natal.
La molesta obra cinematográfica describía el tortuoso proceso burocrático que se desprendía de aquella decisión. Dieciocho meses después, el busto, que no la escultura, de aquel patriota estaba lista para su colocación. No haré mención a las argucias que fueron esgrimiendo los altos directivos del Partido Comunista para evitar la encomienda de instrumentar aquel ahora fútil compromiso que había asumido un líder todavía con influencia en los vericuetos de poder interno del Partido. El problema era que el pueblo natal de aquel ilustre comunista: Trustrokvichy, se localizaba en una muy apartada región de Kosica, muy cerca ya de la frontera con Ucrania.
Al final uno de ellos no pudo escabullirse y aceptó con manifiesto sentido patriótico concretar la encomienda. Seis días de un trayecto pleno de contratiempos, en un invierno de los más violentos, no hicieron desistir a este funcionario ejemplar de cumplir con su cometido. Llegó por fin a aquel lejano paraje, por supuesto acompañado de su comitiva, como todo funcionario de izquierda que se respete, formada por dos asesores, dos guardias de seguridad, un coordinador de asesores y por supuesto una secretaria–asistente, “casualmente” tan atractiva como ineficiente.
Se cumplieron de manera muy eficaz las diligencias procedentes con el Alcalde del lugar y para las seis de la tarde ya se había concluido con la colocación y develado del busto, y hasta un breve discurso se había pronunciado o para ser más precisos, un escrito se había leído, que con seguridad había sido redactado por algún burócrata inadvertido, de tal suerte que, como el horario ferrocarril les obligaba a pernoctar una noche en aquel pueblo, pudieron, el conspicuo funcionario y su comitiva, iniciar el disfrute de un discreto convivio, con disponibilidades generosas de bocadillos y “Tatransky”, bebida típica de la región, con un alto porcentaje de contenido alcohólico. Lo hicieron en la residencia del Alcalde, donde todos los ilustres visitantes, por cierto, fueron alojados como invitados especiales.
Ya entrada la madrugada, cuando el Tatransky estaba por cometer sus mejores estragos, el alto funcionario contaba, narraba, recordaba y declamaba, y los demás comensales escuchaban, sonreían, aclamaban y aplaudían, como era costumbre, cuando se escucharon unos disparos.
Todos se precipitaron hacia el pórtico y vieron que los agentes de seguridad trataban de detener a un pueblo de Trustrokvichy enardecido que alumbrado con antorchas trataba de aproximarse a la residencia del Alcalde.
–¿Qué sucede aquí?, grito el alto funcionario.
Uno de sus guardaespaldas respondió:
–Quieren entrar señor. Les hemos dicho que eso es imposible, que nuestro Jefe está descansando y que no puede ser molestado.
–Pero cómo te atreves, –protestó de inmediato el gran Jefe, con un vaso de Tatransky en la mano.
–Qué no te das cuenta que es el pueblo el que habla. Qué no sabes que en esta región del planeta hicimos una Revolución justamente para que el pueblo tomara el poder. Quién te crees tú que eres. Qué no estás enterado todavía que es el pueblo el que manda. Que nosotros, y tú también, somos sus simples servidores, sus vasallos, sus instrumentos, sus lacayos. –Volteó a ver a la muchedumbre sobrecogida y les gritó:
–¡Ordenadme!, Instruidme sus señorías. ¿Qué debo hacer por vosotros?
Todos estaban atónitos, sorprendidos. De repente uno se armó de valor, se acercó lentamente, tartamudeó y finalmente dijo:
– Sabe señor, en el pueblo nos enteramos de su llegada y estuvimos discutiendo y pensando y bebiendo y nos dijimos que a este pueblo olvidado nunca ha sido visitado, y con seguridad nunca lo será, por un personaje tan importante como usted, y llegamos a la conclusión de que no podemos desperdiciar esta oportunidad.
–Claro, dijo el funcionario, yo los comprendo. ¿Díganme qué quieren? ¿Qué necesitan?
–“Un puente”, gritaron todos al unísono.
–¿Un puente? cuestionó el titular de la comitiva
– ¡Sí Un puente!, confirmó el pueblo.
–Sabe señor, –destacó aquel que había ya tomado la iniciativa, –lo que pasa es que, como habrá podido apreciar, nuestro pueblo se encuentra en la cima de una montaña, una montaña que desde el acantilado antes se comunicaba por un puente con otro pueblo, un pueblo más grande que responde al nombre de Karotec, donde podíamos comprar todos los días lo que requeríamos y vender lo que producíamos. Pero sucedió que un día, durante la guerra, vinieron las tropas de los aliados rusos y bombardearon el puente, y desde entonces tenemos que bajar la montaña para cruzar el río, y eso nos lleva días, y luego es necesario subir la montaña para llegar al pueblo grande, y como no hay camino nos implica otros tantos regresar, y a veces el río se pone bravo y nos impide cruzar.
El alto funcionario del Partido Comunista, llenó su vaso de Tatransky, se acercó más a la muchedumbre y asegurándose de que todos lo escucharían, grito:
–¿Qué día es hoy?
–Viernes, grito uno tímidamente, viernes quince, gritaron algunos.
–Viernes quince de mayo, –precisaron sus colaboradores.
–¿De qué año, –cuestionó el gran Jefe.
–De 1967, gritaron todos.
–Tome nota, –dijo el funcionario en voz muy alta, a su secretaria–asistente: –Que el 15 de mayo de 1970 nos reuniremos aquí para festejar la inauguración del puente que unirá este pueblo con el pueblo grande. ¡El Pueblo manda!
El alarido fue ensordecedor. El júbilo generalizado.
–¡Viva el Partido Comunista! ¡Vivan nuestros líderes! ¡Viva la Revolución! ¡Vivan nuestros jefes! ¡Viva Trustrokvichy! ¡Viva el Puente! –Gritaron todos y se retiraron decididos a terminar con todo el Tatransky que aun sobrevivía en el pueblo.
Se iniciaron entonces dos procesos en paralelo. Uno derivado de la decisión y el compromiso de construir un puente, y otro de la organización de un festejo, como preveía el protocolo.
Al regreso de la comitiva a Praga, se inició el pragmático y tortuoso procedimiento burocrático que implicaba hacer honor al primer compromiso que había asumido el alto directivo del partido: el de construir un puente. Se avanzó con lentitud en la elaboración de los dictámenes técnicos, se realizaron los muy diversos y complicados trámites para incluir los requerimientos correspondientes en los planes quinquenales de fabricación de cemento, de varilla y de acero, y en particular de hormigón pre–tensado, que constituía una de las más reconocidas conquistas tecnológicas de la Revolución Bolchevique y de la cual se apropiaron orgullosos todos los países satélites
En paralelo, se avanzaba con premura y entusiasmo en los preparativos del gran festejo. Se sumaron con manifiesto compromiso los Ministerios de Cultura, de Actividades Recreativas y de Comunicación y Propaganda. Localmente se constituyó un primer Comité del Pueblo para la Organización del Gran Festejo de Inauguración del Puente de Trustrokvichy, que casi de inmediato comenzó a reunirse cada mes en la única escuela de la comunidad con los funcionarios viajeros para afinar los detalles del Gran Festejo.
Transcurrieron los primeros cinco meses y se celebraron igual número de reuniones de aquel Comité con las diversas misiones procedentes de Praga: La misión que acudía a preparar los trabajos del “Coro Infantil de los Niños Trustrokvichitas”, que habría de cantar el Gran Himno de la Internacional Comunista; la misión encargada de seleccionar y preparar a las tres jóvenes adolescentes que, una vez afiliados al Movimiento de las Juventudes Pioneras Comunistas de Checoslovaquia, declamarían un extenso y complejo discurso preparado por el Ministerio de Cultura y sancionado por el Ministerio de Comunicación y Propaganda. La brigada encargada de la construcción de los templetes y de las gigantescas pancartas que habrían de colocarse en la Plaza Central y las principales casas del pueblo, y otros tantos grupos más que asegurarían el éxito supremo del festejo.
Durante la sexta reunión de las múltiples comitivas, el profesor de la escuela, el único por cierto, levantó su mano por un período prolongado y finalmente le dieron el uso de la palabra.
–¿Qué desea profesor?” –le inquirió el “distinguido” ciudadano que había sido designado para presidir la reunión. El maestro de primaria y de todo lo demás se levantó con calma y se limitó a preguntar:
–¿Y el Puente?
–¿El qué?, dijo el Presidente del Comité de Seguimiento.
–¡El Puente!, repitió el Maestro.
–Pues… el puente Profesor estará donde y cuando deba estar, aseveró el Presidente, ¿Que acaso no estaba usted presente cuando el insigne y altísimo directivo de nuestro partido comunista aseguró que se construiría el puente? Lo exhorto estimado profesor a confiar más en la palabra de los líderes de la patria.
Transcurrieron siete meses más, con la celebración de siete reuniones más de los diversos comités encargados de los preparativos del festejo. En todas ellas el paciente profesor volvió a extender la modestísima pregunta no obstante que en la mayoría de las veces no recibió respuesta alguna. En la última de estas sesiones, el profesor volvió a levantar la mano con insistencia, y después de una todavía más larga espera, se le permitió hablar y volvió a preguntar:
–¿Y el Puente?
El ciudadano que en ese momento presidía el Gran Comité, pues cambiaban cada mes, se mostró muy indignado.
–Bueno profesor, ¿pero qué es lo que sucede con usted? ¿Qué de veras no confía usted en la palabra del Partido Comunista? ¿Qué no es usted checoslovaco? ¿Cómo es que infunde usted el sentido patriótico en nuestros hijos, si es manifiesto que desconfía de nuestros líderes? Nos preocupa usted muy seriamente profesor, muy seriamente.
Se suscitaron tres reuniones similares más, en los meses 17, 22 y 26. La pregunta del profesor fue siempre la misma
–¿Y el Puente?
Las respuestas fueron cada vez más represivas y hasta violentas. Al grado de que después de la reunión del mes 26, , diez meses antes de la fecha programada para el Gran Festejo, se reunió el Comité del Pueblo y, por aclamación unánime, se decidió expulsar de la comunidad al incómodo e insolente profesor, acusado de “acción subversiva y antipatriótica en contra del Partido Comunista, en franca conspiración contra el bienestar y la prosperidad de Trustrokvichy y la sagrada estabilidad de la gloriosa República Comunista de Checoslovaquia”.
La escuela y la enseñanza formal quedaron sin timonel y los alumnos suspendieron su proceso educativo, lo cual fue recibido con cierto agrado por la comunidad y, sobre todo por los organizadores, pues así los niños dispondrían de mayor tiempo a fin de prepararse mejor para el gran evento. El programa continuó cada vez con mayor entusiasmo y sin la incomodidad de los cuestionamientos “ridículos” de aquel docente indolente y traidor, por fortuna desterrado.
Pero no hay momento esperado con ansiedad que no llegue. Y llegó el gran día.
Aquella mañana histórica, el pueblo entero, no vistió sus mejores galas, sino que estrenó las especialísimas vestimentas que para aquel evento memorable habían sido expresamente elaboradas, consumiendo, por cierto, la totalidad de los ahorros de la comunidad, que en su gran mayoría quedó incluso endeudada en grave riesgo con algunos prestamistas del pueblo grande, aquel con que se buscaba la vinculación estratégica.
En la estación del tren se dio la primera gran cita, el histórico encuentro del pueblo de Trustrokvichy con sus benefactores. El Alcalde, que por cierto no concluyó su mandato como establecían las normas, argumentando que tenía que continuar y sacrificarse para cumplir la enorme y trascendente responsabilidad que las circunstancias y la historia le habían encomendado. El Alcalde en la primera línea, en compañía de su familia, por supuesto, pero también de sus familiares de segundo y tercer grado. Desde una bisabuela de 107 años hasta la más reciente heredera de menos de tres días.
En la segunda fila, o mejor dicho en el segundo grupo, figuraban los titulares de los Sub–Comités para la organización de la gran celebración, y sus familias desde luego, aunque en este caso únicamente hasta el segundo grado. Ahí se encontraban todos y cada uno de los titulares de los diversos Sub–Comités: el Sub–Comité de Organización Logística, el Sub–Comité de Organización de la Participación de los Niños, el Sub–Comité de Organización de la Participación de las Niñas, el Sub–Comité de Organización de la Participación de las Mujeres, el Sub–Comité de Eventos Musicales, el Sub–Comité de Arreglos Florales, el Sub–Comité de la Memoria Oficial, el Sub–Comité de Atención a las Esposas de los Funcionarios del Partido, el Sub–Comité de Supervisión y Seguimiento, el Sub–Comité de Prensa, entre otros.
En el tercer grupo se encontraban los trabajadores del Ayuntamiento con sus familiares directos.
El resto de los habitantes de Trustrokvichy, es decir el pueblo, no formó parte del Gran Comité de Recepción, pues se encontraba ya ocupando desde el día anterior las tribunas de la Plaza Central que para el “Glorioso Evento” habían sido construidas ex–profeso, ocupando por cierto los recursos comunitarios ahorrados por varios años para construir la nueva escuela, que ya no era tan absolutamente urgente al carecerse de maestro. El patriotismo debe estar siempre por delante, fue la consigna.
Y desde luego al costado y en posición preferente la Gran Banda Oficial del Pueblo de Trustrokvichy, estrenando uniformes de particular colorido e instrumentos musicales deslumbrantes. Vaya envidia que con seguridad sentían ya los habitantes del pueblo grande que ni siquiera una pequeña banda escolar tenían.
–Ahora serán ellos, los del pueblo grande, los que querrán vincularse con nosotros –había señalado en una reunión reciente la graciosa y extremadamente obesa esposa del Alcalde.
Y el pitido de la máquina tan esperada anunció la llegada de aquella numerosa e importante comitiva, encabezada por nada menos que tres altos directivos del “Buró Supremo del Partido” e integrada por diversos funcionarios de primer orden, por varios líderes sindicales, incluso por jóvenes directivos de la Unión Checoslovaca de la Juventud, que acudieron a hacer acto de presencia y cumplir con las indicaciones expresas que apenas tres días antes había emitido el propio Presidente del Partido Comunista Checoslovaco:
–Semejante acontecimiento deben necesariamente presenciarlo nuestros más jóvenes dirigentes para transmitirlo con el mayor detalle a las futuras generaciones. Un evento de una trascendencia histórica e inusitada, –había subrayado Radio Praga dos días antes, con lo cual pues no había nada más que decir.
El tren se detuvo y la Banda explotó, la algarabía se manifestó con toda su fuerza y en todos los frentes. La gritería era ensordecedora. Las banderitas se agitaban con frenesí. Las mujeres se esforzaban por contener sus lágrimas desbordadas. Aquellos que llegaron descendían desconcertados y estos que esperaban abrían los brazos eufóricos, a la vez que se inclinaban respetuosos y sumisamente agradecidos.
La Gran Comitiva arribó por fin a la Plaza Central. El júbilo general se desbordó y el sentimiento popular dio rienda suelta a las porras tantas veces practicadas y a una emoción contenida por tres años.
– Vivan Nuestros Benefactores! ¡Vivan Nuestros Líderes!, ¡Viva el Partido Comunista!, ¡Viva Trustrokvichy!, ¡Viva la Revolución Bolchevique!, ¡Viva Checoslovaquia! ¡Viva el Alcalde!, ¡Vivan Ustedes!, ¡Vivan Todos!
Y comenzó la gran fiesta. dieciocho integrantes de la misión oficial y diecinueve personajes locales integraban el Presídium. Todos acompañaron, con profunda solemnidad, al Gran Coro de los Niños de Trustrokvichy a interpretar el Himno de la Internacional Socialista. Los tres adolescentes del Movimiento de las Juventudes Pioneras Comunistas de Checoslovaquia declamaron finalmente aquel texto emotivo preparado por el Ministerio de Cultura y sancionado por el Ministerio de Comunicación y Propaganda, e infinidad de veces ensayado. Catorce discursos se pronunciaron en los que cada expositor inició su intervención repitiendo el nombre y cargo de cada uno de los treinta y siete distinguidos integrantes de tal presídium. Se entregaron condecoraciones de “Huésped de Honor” y medallas conmemorativas a todos los funcionarios del Partido y, desde luego, a sus encantadoras cónyuges. Seis niños vestidos de paje y ocho niñas en el atuendo folklórico de la región, entregaron ramos de flores y un detalle expresivo de la artesanía local a las damas visitantes. La banda del pueblo deleitó a los asistentes con una serie interminable de interpretaciones. Los fuegos artificiales constituyeron un espectáculo inolvidable y avasallador. La gran comida fue un verdadero festín. El consumo de vino y sobre todo de Tatransky rebasó cualquier expectativa. El llanto, los sollozos e incluso los desmayos estuvieron también presentes en aquel festejo que habría sin duda de pasar a la historia de Trustrokvichy.
Las reglas del Manual de Protocolo para Eventos de Inauguración se aplicaron a pie puntillas y con un rigor y puntualidad inflexibles. En el propio Manual se indicaba con particular claridad que el momento culminante que activaba la inauguración de un puente, lo constituía precisamente el cruce del propio puente que deberían realizar todos y cada uno de los asistentes al evento. Así que habiendo llegado aquel momento crucial se pusieron todos en marcha hacia el lugar de la cita, encabezados por la Gran Banda Oficial del Pueblo de Trustrokvichy, seguidos por los funcionarios del partido ahora mezclados y abrazados con el Alcalde, su familia y los personajes comunitarios. Después todos los demás integrantes de la comitiva de recepción, tratando, hasta donde los efectos fulminantes del Tatransky se los permitía, de conservar los ordenes de prelación establecidos por el protocolo y por ellos mismos. Al final iba el pueblo completo, o tal vez seria mas propio decir, lo que restaba del pueblo de Trustrokvichy, porque más de la mitad formaba parte de algún Comité.
¿Y el Puente?
El Puente, como lo habrá estado intuyendo el lector, no había iniciado todavía su construcción. El trámite avanzaba, respetando los procedimientos, las practicas y el orden de prioridades imperantes en aquel país. Sin embargo, y en honor a la verdad, ya solo faltaban dos firmas para que se autorizara la primera visita de los ingenieros topógrafos cuyos trabajos podrían permitir avanzar a la segunda fase del proceso, que era la verdaderamente tortuosa y complicada.
Pero el Manual de Protocolo era implacable, el jubilo desbordante y el Tatransky inmisericorde. Con cánticos, griterías, carcajadas y frenesí, se arribo al acantilado solitario y expectante. Los integrantes de la Gran Banda, ya trastornados y quizá poseídos por el clímax de la emoción, no perdieron el tono ni la sincronización musical cuando fueron los primeros en desbarrancarse en el precipicio. Y tras ellos siguieron todos, cantando, bebiendo y sin interrumpir el festejo ni por un segundo; como si nadie dudara por un instante de lo inevitable de su destino fatal. Había un protocolo que cumplir, y se cumplía con espíritu estoico y sentido patriótico hasta sus ultimas consecuencias.
Murieron todos, absolutamente todos. Unos tras otros. Un perro callejero, único sobreviviente de aquella hecatombe, con manifiesto desconcierto se asomó al borde del acantilado y, en un acto de lealtad suprema y de solidaridad partidaria, decidió lanzarse al vacío en seguimiento de sus camaradas.
Y así fue, –concluyo suspirando el Arquitecto checoslovaco, cuyo atrevimiento le costo el exilio.
–Ojalá que un día todo esto cambie y en algún momento mi amigo pueda volver, –fue lo último que dijo.
Ya en el avión reanudando el vuelo rumbo a Moscú, recuerdo que le comenté al Arquitecto Ramírez Vázquez.
–Como en México. ¿No Don Pedro?
–No digas tonterías, me replico un poco molesto. En México es muy diferente.
Guardé silencio aunque que mascullé algún reproche, disminuyendo los decibeles al nivel requerido para no ser escuchado.
Han transcurrido muchos años desde que conocí de aquel elocuente acontecimiento y la experiencia me dice que el Arquitecto Ramírez Vázquez estaba equivocado, o no me quiso decir la verdad. México es, y cada vez más, tal cual aquel pueblo ahora fantasma situado en los confines de la entonces Checoslovaquia, donde el parecer ser es lo verdaderamente importante, y quizás lo único en realidad significativo.
A diferencia de lo que sucede en casi todo el mundo, el evento en México no es el principio de un proceso trascendente sino la culminación de un ritual vacío. El Puente sólo es relevante en la retórica. Cuando termina un acontecimiento no se avocan los participantes a instrumentar todas las acciones que se anunciaron o se recomendaron, sino a comenzar los preparativos para el próximo evento.
Cómo generar empleo productivo autosostenible, cómo construir una competitividad efectiva del aparato productivo; cómo consolidar una verdadera democracia, cómo hacer que el libre mercado verdaderamente funcione; cómo combatir en realidad la pobreza lacerante, cómo disminuir la corrupción imperante, cómo contrarrestar la influencia educativa negativa de la televisión; como detener la explotación laboral infantil, son temas todos ellos que no importan tanto fuera del discurso, lo que es sí crucial es a quién se invitará al evento, quién habrá de recibir el helicóptero del señor Presidente o del Señor Gobernador, dónde habrá que sentar a cada personaje y no equivocarse al llamarle “Señor” al que es “Licenciado”, “Licenciado” al que es “Maestro” o “Maestro” al que es “Doctor”. Extrema atención se recomienda en este tipo de asuntos que una equivocación semejante bien puede ocasionar despidos.
Los grandes temas son interrogantes retóricas que sólo sirven como justificación de una erogación presupuestal para proyectar imágenes personales de ciertos funcionarios, o como anzuelo para tener una buena audiencia, o para resaltar beneficios que habrán de cobrarse en la próxima justa electoral. Nadie protestará porque la mayor parte de los asistentes acudirán al evento no para conocer las propuestas de solución o discutir con seriedad los planteamientos, sino para ser vistos por algunos de los personajes del Presidium. Es por eso que al concluir la ceremonia de inauguración, con los honorables miembros del Presidium habrán de retirarse también los funcionarios, los empresarios, los políticos, sobre todo aquellos que lucharon por recibir una invitación, y entonces ahora sí se permitirá el acceso al personal y a los estudiantes, cuya presencia importa muy poco a los organizadores pero permitirá afirmar que el evento tuvo una extraordinaria acogida. Por su parte, los estudiantes, cuya mayoría tampoco tiene un gran interés en los mensajes o el supuesto contenido del evento, pueden acreditar con su presencia la afortunada ausencia de una aburridísima clase, en que no se participa sino como oyente de algún supuesto profesor frustrado que hace como que enseña pero que lo único que le interesa es tener un auditorio pasivo y callado que haga como que aprende y que escuche su interpretación de la vida, de la realidad y de su profesión, aquella interpretación que fuera del recinto nadie le escucha, claro y que le paguen cincuenta y dos semanas trabajando menos de treinta y, sobre todo, que le llamen “Maestro”.
Y cuidado con preguntar por el Puente, porque en tu respectivo ámbito de acción, en nuestro México, también puedes ser virtualmente desterrado.
La simulación. Hacer como que hacemos. He aquí el cáncer de México.